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SEBASTIÀ ALZAMORA Escritor

“La resignación es una de las reacciones más habituales ante el mal”

Su última novela 'Crim de sang' ganó el Premi Sant Jordi de 2011

Sebastià Alzamora.
Sebastià Alzamora.CARLES RIBAS

Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) ganó el Premio Sant Jordi de 2011 con la novela Crim de sang, volumen poliédrico y de agilidad considerable. Ya obtuvo el Premio Josep Pla en 2005 por la celebrada La pell i la princesa y construye, paso a paso, una sólida carrera. En esta ocasión, lo que empieza con el asesinato de un sacerdote marista y de un niño en los albores de la Guerra Civil en Barcelona acaba con una eclosión fantástica y con más acción de la que cabe esperar en un principio. Vampiros, cardenales, milicianos anarquistas y hermanos maristas son miembros del paisaje de este libro que da una vuelta de tuerca a la ficción histórica incorporando elementos fantásticos decisivos. Alzamora, también notable poeta, echa mano de un léxico directo y de unos diálogos veloces que le sitúan merecidamente en el altar de los autores consolidados de la literatura catalana.

Pregunta. En Crim de sang hay traición, muerte, crueldad… ¿la Barcelona de 1936 era el Far West?

Respuesta. Más que el Far West, creo que la Barcelona de esa época era el Chicago de los años veinte:, crimen organizado, comportamientos mafiosos, pistoleros por todas partes... Hemos ganado calidad de vida, pero hemos perdido intensidad humana.

P. ¿Es una novela sobre el mal o sobre la crueldad?

R. Trato el mal y la respuesta al mal. Cuando el mal se desencadena, eso te hace posicionarte. Eso le pasa al comisario Muñoz, que es un descreído, pero que demuestra templanza y defiende una idea del bien. Quiere proteger a la niña, que es la esperanza. Es también la inocencia. Todos hemos sido esa niña. Es nuestra fragilidad. Y los protagonistas se encuentran en la situación de que o o él, o el otro. Me interesa mucho cómo la violencia afecta a la moral de cada uno.

P. Mezcla personajes reales, como Manuel Escorza, con personajes inventados, como el comisario Muñoz, para llevar a cada uno a su límite.

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R. La figura de Manuel Escorza es real. A partir de ahí construyó un personaje de ficción que es un regalo; es el malo de libro. Además, su aspecto físico ayuda. Y también está el comisario como protagonista. Pero no es una novela, aunque tiene el esqueleto y responde a algunos arquetipos desde el principio. El obispo Perugorría es una adaptación libre del obispo Irurita, pero su fabulación es mucho más fantástica que la de Escorza.

P. El comisario Muñoz es como un Sam Spade a la catalana. Tiene varias caras.

R. Gregori Muñoz también tiene su miga. Vemos que tiene sus pesadillas, que todo viene de su orfandad. Además, Muñoz vive con la angustia de no haber hecho nada fértil con su vida. Quizás todos los personajes están desamparados y huérfanos de alguna manera.

P. Con tanto mirar y remirar la Guerra Civil, ¿no cree que le pueden tachar de revisionista?

R. La intención de la novela no es ser revisionista. Es una novela que no pretende denunciar nada ni a nadie. La Guerra Civil es nuestra historia reciente y cercana. Y también es nuestra mitología. Tenemos muchos clichés y apriorismos, pero ya tenemos distancia respecto a la Guerra Civil. Evidentemente, hubo vencedores y vencidos, y una dictadura y un régimen funesto. Pero también es verdad, y hoy es más fácil tratar del tema, que hubo atrocidades en todos los lados. Me interesa el drama humano, la fabulación de ese drama. Javier Cercas dijo que la Guerra Civil es nuestro western, y estoy de acuerdo.

P. ¿No es peligroso hacer tanta ficción con la historia?

R. Primero hay que respetar los hechos reales. Después ya viene la libertad del narrador, que tiene que ser total, con respeto, eso sí. Esta es una novela con ficción y drama.

P. La novela tiene algún punto gótico, uno de los protagonistas es un vampiro.

R. Siempre me ha intrigado esto de construir vida desde la muerte, como el Doctor Frankenstein. Y luego ya la creación desde cero como los golem o los autómatas. Y eso liga con la monstruosidad. Por una parte, la del caballo protagonista, y luego ya con el vampiro y con la monstruosidad humana que plasmo.

P. Al final, aparece Hadaly, un caballo sorprendente. ¿Es un símbolo?

R. El mal es un hecho humano. El caballo es un monstruo que tiene buena intención, pero una vez la criatura está hecha, siempre tiende al descontrol. Sí tiene un elemento simbólico: nuestra rebelión, quizás.

P. No es para chafar el final a nadie, pero acaba bien.

R. Depende de cómo se mire, porque pasan muchas cosas. Quería un final esperanzador después de tanta oscuridad, después de recrear una novela en muchos aspectos gótica, en algunos momentos negra y siempre tratando sobre la maldad del ser humano.

P. Aparece la religión como un elemento dual en este viaje por el mal. Incluso la famosa resignación cristiana saca la cabeza.

R. La resignación es una de las reacciones más habituales ante el mal. Este “si Dios cree que conviene…” que aparece a menudo en el libro significa en el fondo un punto fatalista de nuestro carácter, y eso acaba siendo cobarde.

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