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Un paréntesis francés, culto y escondido

La Casa de Velázquez, de azarosa historia, aloja a artistas desde 1928. Mañana abre sus puertas al público

Patricia Gosálvez
Entrada de la Casa Velázquez, en la Ciudad Universitaria.
Entrada de la Casa Velázquez, en la Ciudad Universitaria.LUIS SEVILLANO

Velázquez colocaba aquí su caballete para pintar los famosos cielos madrileños. “Eso cuenta al menos la leyenda y las vistas lo merecen”, dice Jean-Pierre Étienvre, director de la Casa de Velázquez, que mira, desde la Ciudad Universitaria, a la sierra de Guadarrama. En los jardines de esta mansión neoclásica viven hoy una docena de artistas alojados en elegantes “pabellones”, chalés adosados de dos alturas, con un apartamento en mezzanine y un taller de trabajo con un altísimo ventanal por el que entra la luz natural. Son en su mayoría jóvenes, de los dos sexos y de distintas nacionalidades, y comparten árboles, piscina y las vistas a la sierra que inspiraron al maestro barroco, hoy algo estropeadas por los focos del parking de la Moncloa (que está tan cerca que durante la Transición, había dos guardias civiles apostados en el tejado de la Casa). Los becados de esta residencia dependiente del Ministerio francés de Enseñanza Superior e Investigación son en total una treintena, entre artistas e investigadores de humanidades. Aunque no todos viven aquí, todos cobran un sueldo de 3.000 euros mensuales durante dos años con la condición de publicar una tesis o participar en un par de exposiciones. “Esto es una isla”, dice Étienvre, paseando entre los soleados parterres del jardín. “Un paréntesis del mundo real”.

La Casa de Velázquez es además un secreto escondido. “Estamos en el quinto pino y quienes nos conocen tienden a guardárselo para sí”, dice Étienvre, que es catedrático de Literatura Española en la Sorbona y fue becado de la institución que dirige a finales de los setenta. “La gran tentación para los que vivimos dentro es encerrarnos tras estas rejas”, admite el director. “Toda residencia tiene algo de conventual”. Pero en esta, la libertad es total: de temática artística, de horarios y de compañías. “Esto no es un Club Med, no es un crucero, aquí se viene a trabajar, pero la libertad es el nervio del artista y un artista enamorado siempre crea con mayor intensidad”, dice el director. Vive la France.

Casa de Velázquez

  • Autores: D. Zavala Álvarez, L. Chifflot y C. Lefèvre; reconstruida por D. Zavala Aguilar, J. J. Haffner y F. Genilloud. E Obra: 1922-1935, reconstruida de 1954 a 1958.
  • Estilo: neoclásico.
  • Ubicación: Paul Guinard, 3. Ciudad Universitaria.
  • Función original y actual: residencia de artistas e investigadores del Ministerio francés de Enseñanza Superior.

Para dar a conocer esta deliciosa isla francesa en Madrid se celebra mañana una jornada de puertas abiertas (de 16.00 a 20.00). Habrá conciertos, exposiciones y una barra para tomar algo junto a la piscina. Se podrá entrar en las casas-taller de los artistas y conversar con ellos sobre su trabajo. “Queremos darnos a conocer”, dice el director de la institución, “dejar de ser un secreto después de tantos años”.

La idea de la Casa de Velázquez surgió durante la I Guerra Mundial, pero no se materializó hasta 1928, cuando Alfonso XIII —que había cedido el solar a los franceses— inauguró la obra: una mansión escoltada por dos torres herrerianas. Con los artistas ya viviendo en la Casa, continuaron las obras de alas laterales y pabellones hasta mayo de 1935, paralelamente a la construcción de la mucho más racionalista y moderna Ciudad Universitaria. Mal sitio, peor momento. Poco después, toda la zona se convirtió en el frente de la Guerra Civil. Una compañía de polacos del batallón Dombrovsky resistió en el edificio hasta la extenuación, y se conserva una orden de noviembre de 1936 que portaban unos dinamiteros agregados a la columna Durruti para penetrar en el alcantarillado y volarlo por los aires. Quedó destrozado, la escultura ecuestre de Velázquez que hay en la entrada, decapitada por un obús. Los artistas se mudaron a un palacete de la calle de Serrano hasta que, a mediados de los cincuenta, se decidió reconstruir el edificio. Conservaron el claustro, la biblioteca y la planta, pero las torres se caparon, quedando como terrazas a la italiana. La obra se realizó con los materiales y las calidades de la posguerra. “Las instalaciones estaban totalmente obsoletas, acabamos de salir de dos años de obras de adecuación”, explica Étienvre. También en parte por ello se celebra mañana la jornada de puertas abiertas, ocasión única para conocer este edificio desconocido y a los artistas que lo habitan. “Vivir aquí no es solo cómodo, también es creativamente efectivo”, dice Olivier Larivière, de 33 años, en la cocina de su taller apartamento, rodeado de grandes óleos con imágenes extremas de porno y tatuajes. “Cuando vuelva a Reims, buscaré un piso y un taller suficientemente grande para mis esculturas y para poder compartirlo con mi novia que también es artista”, cuenta por su parte Étienne Fouchet en su espacio de trabajo madrileño, donde el techo debe tener unos seis metros. “Será difícil encontrar un espacio concebido expresamente para la creación como este”, dice. “¡Y seguro que en ningún caso tendrá piscina!”. “Después de dos años, a los artistas siempre les cuesta tener que marcharse”, dice el director. “Este es su paraíso perdido”.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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