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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La reforma y las mentiras

Es una reforma para que salgamos de la crisis con un sistema más desequilibrado que el que nos hizo entrar en ella

Josep Ramoneda

En materia económica, la sintonía entre CiU y el PP es tan grande que al presidente de la Generalitat le ha bastado que le tararearan unas notas de la reforma laboral del Gobierno español para expresar las buenas vibraciones que le provocaba la partitura. Si el PP y CiU ven bien la reforma, no es extraño que la patronal aplauda y que los sindicatos protesten, aunque de momento, todo hay que decirlo, con la sordina puesta. Quizá porque saben que no viven su mejor momento y que la machacona insistencia en desacreditarlos desde Gobierno, patronal y algunos medios de comunicación ha hecho mella. Poco a poco, sin embargo, algunas cosas van quedando claras: el pacto entre patronal y sindicatos era imposible porque los empresarios jugaban con un triunfo en la mano: sabían que, si decidía el Gobierno, se inclinaría de su lado. ¿Qué sentido tenía para ellos ser más generosos con los sindicatos que los gobernantes? Se estuvo representando una gran comedia. La patronal, que no se fiaba de la fe de converso de Zapatero, solo tenía un objetivo: esperar que llegara Rajoy.

De la comedia, en temas demasiado trágicos para jugar al enredo, es de lo que quería hablar. El Gobierno ha hecho una reforma laboral que recorta derechos importantes de los trabajadores y que, sin duda, tendrá consecuencias en el plano social. Pero lo que es inadmisible es que se intente enmascarar, con argumentos falaces una operación que tiene unos objetivos muy claros. A corto plazo, fundamentalmente dos: bajar el precio de los salarios y demostrar a Merkel que el Gobierno español es el primero de la clase a la hora de cumplir órdenes. Hace tiempo que se insiste desde plataformas políticas y económicas en que los salarios de los trabajadores tienen que seguir contrayéndose, siempre con el obsceno argumento de que se ha vivido por encima de las posibilidades y hay que volver al orden. Ya está ahí: la reforma presiona al mercado de trabajo a la baja, facilitando el despido, contando con que hay un enorme ejército de reserva de parados dispuesto a aceptar el salario que le ofrezcan. Los economistas ortodoxos dicen que el ajuste salarial no ha tocado todavía fondo en España: la reforma lo conseguirá.

Y además hay que contentar a Merkel: la apelación a una huelga general de Rajoy y la promesa de agresividad —que por sí sola indica de qué lado está el ministro— que hizo Luis de Guindos expresan el deseo de aportar una prueba contundente de que el Gobierno es más valiente que nadie a la hora de apretar las clavijas. La huelga general sería la prueba de su contundencia.

La reforma laboral no creará empleo. No acostumbra a crearlo  y menos cuando el centro de la operación es el abaratamiento del despido

Pero, por encima de todo, la reforma se inscribe en una política económica con un objetivo principal: que al salir de la crisis nos encontremos, como por arte de magia, con un sistema económico cambiado, con las rentas salariales disminuidas, con mayor nivel de desregulaciones, con un Estado que sea menos providencial para los ciudadanos y más para bancos y empresas (como hemos visto en esta crisis, en que el dinero que se niega a los contribuyentes se da a las instituciones financieras) y con la privatización de servicios públicos avanzada. Es decir, exactamente lo contrario de lo que, por un momento, pareció que podía ocurrir cuando, en 2008, los Gobiernos salvaron la bancarrota bancaria. Aquellos días oímos hablar de recuperación de autonomía por parte de la política y de regulación del sistema financiero. Sarkozy, en plan bufón, llegó a proclamar la reforma del capitalismo. Sí, saldrá reformado de la crisis, pero en la dirección contraria a lo que parecía razonable en aquel momento. Estos son los objetivos reales. Lo demás son falsedades para entretener al personal.

La reforma no creará empleo. No acostumbran a crearlo las reformas laborales y menos cuando el centro de la operación es el abaratamiento del despido. No nos coloca a nivel europeo como repite el Gobierno, sencillamente porque no hay una legislación homogénea en este sentido, cada país es un modelo distinto. No es una reforma equilibrada. Se decanta del lado de los empresarios en la relación —ya de por sí desigual— entre estos y los trabajadores, y responde mucho más a los intereses de las grandes empresas que de las pequeñas —las que tienen menos de 50 trabajadores—, que son más del 90%. Es una reforma para que salgamos de la crisis con un sistema todavía más desequilibrado que el que nos hizo entrar en ella. Y dicen que es para competir con el despotismo asiático.

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