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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los amoríos de CiU y el PP

La transición nacional va para largo, pero hay miedo a decirlo. Se prefiere cultivar la ambigüedad para que no flaquee la fe

Josep Ramoneda

Mientras la izquierda siga ausente, todavía aturdida por el estrepitoso final del tripartito, la política catalana quedará reducida a la comedia del tira y afloja permanente entre el Gobierno de CiU y el PP. La confirmación ha llegado con la decisión de CiU de votar a favor de las primeras medidas de ajuste del PP. Una decisión difícilmente comprensible para el sector soberanista de su electorado y difícil de explicar a la totalidad de sus votantes, que habían oído como Duran Lleida criticaba sin matices la subida de impuesto que ahora él mismo acaba de votar. ¿No es el déficit fiscal el centro de todas las reivindicaciones de CiU? La coalición acaba de votar una subida de impuestos que, como explicó el propio consejero de Economía, aumentará el déficit fiscal de Cataluña.

El voto de CiU a las medidas del PP es un regalo, en el sentido de que el Gobierno de Rajoy no lo necesitaba porque tiene mayoría absoluta. No era la situación de mayo de 2010, cuando CiU, con su voto, salvó el ajuste de Zapatero y evitó probablemente que la economía española fuera intervenida. Esta vez el voto de CiU no cambiaba nada, las medidas habrían salido igualmente adelante. Fue un simple gesto de amistad para que el PP no ande solo ante la opinión pública. Las recompensas pueden venir a plazos y acompañadas de otras exigencias de galantería.

CiU empieza a sentir la angustia de que los esfuerzos por ser el primero de la clase no tengan recompensa. El presidente Mas se siente fuerte en la medida en que tiene frente a sí, en el Parlament, una oposición dispersa, en la que solo dispone de fuerza real quien cuenta con el Gobierno de Madrid. La izquierda está en reconstrucción, ha hecho del tripartito un tabú, no hay por tanto ninguna perspectiva a medio plazo de una alianza que pudiera desafiar a la actual mayoría. Al revés, todos, excepto IU, giran en torno al sol del poder. Pero el presidente se siente débil porque necesita dinero que depende de Madrid. Y su evaluación de las relaciones de fuerzas le hace desconfiar de cualquier planteamiento soberanista en esta coyuntura, porque duda de la disposición de los catalanes para asumir determinados riesgos.

El PP sabe perfectamente que, practicando la estrategia del palo y la zanahoria, tiene una oportunidad para consolidar su legitimación en Cataluña. Acudir a salvar al Gobierno catalán cuando está en apuros —con el argumento de la responsabilidad— no le impide herir sin miramientos la sensibilidad nacionalista con ataques a lo más simbólico de su ideario (empezando por la cuestión de la lengua) El PP se siente fuerte. Y cree que, reforzando la alianza económica con el Gobierno catalán, aleja del orden del día las propuestas soberanistas y debilita el flanco más nacionalista de CiU.

Mas y Rajoy están hermanados en el juramento de obediencia debida a las órdenes que emanan de la ortodoxia alemana

Desde que Artur Mas ha ido desplazando las políticas económicas de CiU del pathos socialcristiano del pujolismo a un cierto liberalismo contenido, la sintonía con el PP en materia económica es muy grande. Mas y Rajoy, además, están hermanados en el juramento de obediencia debida a las órdenes que emanan de la ortodoxia alemana. CiU y el PP viven entre los amores económicos y los desamores identitarios, lo cual exige mucha fineza a la hora de representar públicamente sus relaciones. No todos los partidarios de cada lado son capaces de separar tan nítidamente los problemas del dinero y las cuestiones del corazón como los dirigentes políticos. De modo que Artur Mas tiene que decir que CiU ha hecho un gesto a cuenta, pero que puede caducar si el PP no cumple. Y Alicia Sánchez-Camacho tiene que correr a anunciar el pago: el apoyo a los presupuestos, aunque sea con matices. El tira y afloja forma parte del rito porque la boda perjudicaría a los dos, especialmente a CiU. Sus amores están condenados a ser semiclandestinos, pero serán duraderos.

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La prueba llegará con el famoso pacto fiscal, Rajoy dirá que no, CiU desplegara el ruido de ritual y al final habrá un acuerdo económico —otro más— que se acabará justificando por un mínimo recorte del déficit fiscal. Con el monopolio de poder que tiene en España, al PP le es más práctico alimentar a CiU con apaños que permitan ir aplazando la cuestión de fondo, que buscar un enfrentamiento de consecuencias imprevisibles. Así se entiende que Mas insista en que las políticas de su Gobierno tienen sentido, pero que no nos explique cuál. La transición nacional va para largo, pero hay miedo a decirlo. Se prefiere cultivar la ambigüedad para que no flaquee la fe.

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